Barcelona–Pekín

La mujer china debía someterse a tres obediencias: al padre, al marido y al hijo. También poseer cuatro virtudes: pureza, lealtad, recato y apacibilidad. Esta es la tradición que todavía late en ellas. Sin embargo, están protagonizando la más profunda revolución de las costumbres del mundo actual. Su nuevo hogar en España es la fragua en la que se funden dos culturas para crear algo nuevo que anuncia el próximo futuro. Dice Shang Mei, una empresaria que trabaja entre nosotros, que la vida es dulce, ácida, amarga y picante. Y que una persona optimista es la que ve muy lejos.

“Jing An  es el nombre del barrio  en el que nací, significa tranquilo. Es elegante y comercial, aunque de pequeña, en tiempos de Mao, todos éramos iguales. Tengo un profundo recuerdo de mi colegio. Vestíamos de uniforme, las niñas llevábamos trenzas y cada mañana, mientras izaban la bandera, repetíamos este lema: ¡larga vida a Mao She Thum! En clase copiaba los dibujos que el profesor trazaba en la pizarra, no podías hacer tus propias pinturas. Era pecado imaginar. Mao era igual que Franco: muy cerrado. Un niño en China hasta los 10 años no empieza a saber escribir. Hay que copiar cada letra muchas veces, primero con lápiz, después con tinta, sin apoyar la mano en el papel”.

En el transcurso de los últimos veinte años he visitado China en cuatro ocasiones, la última invitada por el Ayuntamiento de Beijing para fotografiar la ciudad,  siempre he sentido admiración por esta cultura milenaria, y un gran cariño y respeto por su gente. Aproveché esta oportunidad para realizar  también una galería de retratos de las pekinesas.

Caminando por las calles  de Beijing se aprende que la paz llega con las cosas sencillas de la vida y de la familia, con el respeto a las tradiciones. Pero también con el saber armonizar el pasado con el futuro. Porque nuevas generaciones de jóvenes emprenden retos que vivifican el alma y crean espacios de paz y sensibilidad entre las diferentes culturas.

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