Trabajadores de todo el mundo construyen la puerta aérea del sur de Europa

Siempre sentí curiosidad por saber cómo eran aquellas personas que construían esas obras gigantescas con las que te cruzas de vez en cuando. ¿De dónde salían? ¿Qué pensaban?  Y  ahora los veo acercarse, desde la grúa mecánica donde estoy subida para fotografiarlos. Distingo a Diego con el grupo de montadores de andamios. Un colombiano que los fines de semana trabaja en una discoteca como gogó. “Me encanta el ballet. Cuando subo a la estructura estoy en las nubes, pero cuando bailo en el paraíso”. También veo a Alí, nacido en el desierto del Sahara, berebere e historiador, que a mi lado maneja esta grúa a diez metros de altura, y que generoso, quiso mostrarme como rezaba a Alá. Y allí está David Valenzuela, cristalero que un día se labró un cristo en el corazón, quizá porque su madre había sido monja durante seis años. Ella siempre le decía que tenía que ser libre de pensamiento.

Sobresale del grupo Sebastián Hernández “el hombre grande”, como le llama Manuel, su tío político, quien añade que es muy noble, porque si tuviera mala leche con lo fuerte que es… Con él llega Noelia Gago, arqueóloga que me ayuda a agrupar a la gente, y Leonardo Rodríguez de Ecuador “torero en funciones” que dice no haber tenido ningún problema racista y “aunque alabanza propia nunca es buena -me comentó una tarde- las cosas me han ido bien”. Y David, del Prat de Llobregat, al que le gusta proteger a la gente y por eso se hizo técnico en seguridad… Allí están algunos centenares de los más de 4.500 profesionales de 56 países distintos que realizan la obra.

Cuando uno se pasea por la T-Sur, entre el polvo y el ruido de la obra, ve surcar en el cielo minúsculos aviones y en esta tierra próxima al mar trabajan sin tregua miles de personas a las que el tamaño de la construcción convierte en pequeñas hormigas trajinando cada una su granito de arena. Y quizás fuese eso lo que más me sorprendió: que a pesar de estar inmersos en una enorme obra colectiva en la que la individualidad tendría que diluirse, cada uno de ellos se siente muy orgulloso del trabajo que realiza.

La T-Sur ocupa un espacio de medio millón de metros cuadrados. El arquitecto Ricardo Bofill, alma del proyecto, explica que le gustaría que esta terminal ofrezca bienestar y dignidad a las personas que la utilicen.

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